jueves, 3 de septiembre de 2009

Prensa de colores

Ayer recibí una llamada de unos amigos que me invitaron elegantemente a comer y yo, que hacía mucho que no los veía, no desaproveché la ocasión de atiborrarme sin pagar ni un duro. Sin embargo, antes de salir de casa me acordé de algo que mi madre me había inculcado de pequeño muy sutilmente, y que vulgarmente se puede resumir así: “siempre que vayas a casa de otro tienes que llevar algo”.
Así que, antes de ir a mi destino, me pasé por el súper para comprar un vino blanco más o menos decente y unas pastas para acompañar con el café.
Veinte minutos más tarde y con 30€ menos en el bolsillo me dirigí, por fin, a casa de mis amigos.

Al llegar, fui gratamente recibido con abrazos, besos y sonrisas que se acentuaron cuando mis ofrendas entraron en escena. “¡No tenías que haberte molestado!” Ya. Eso que se lo digan a mi madre.
Me condujeron hasta el amplio salón, presidido por una televisión de plasma que no se podía medir en pulgadas, sino en codos o en brazadas. Yo, muy servicial, me ofrecí a ayudar en algo, pero mis anfitriones prefirieron que esperara alegando que era el huésped y que no me molestara. Así que me quede en el comedor en compañía de la tele mutante.

La comida, todo hay que decirlo, fue esplendida. Transcurrió con naturalidad y se habló de todo. Acabé más que saciado, casi empachado. Por desgracia para mi estómago, uno de mis amigos entró en la sala con el café y las pastas que yo había traído. Lo puso todo sobre la mesa, encendió la caja tonta y se sentó.

Me preparé sin ganas un café con leche y degusté uno de los pasteles mientras miraba con curiosidad la pantalla del televisor. Como todos los días los programas del corazón campaban a sus anchas en horas de sobremesa. Unos cuantos impresentables sentados en sofás ponían verdes a todos los famosillos de España y se acordaban de sus familias. El presentador esbozaba una sonrisa idiota de complicidad, asintiendo a todo lo que decían los invitados. Aquello no era un programa de televisión, era un circo.

Me empezaron a entrar nauseas, no se si por haber comido tanto o por el espectáculo que se cernía ante mis ojos. Lluvias de críticas sin sentido, acusaciones ridículas y todo tipo de invenciones acerca de la vida de otras personas. Porque eso es lo bueno (o lo malo) de colaborar con regularidad en programas del corazón: te puedes meter con quien te salga de las narices que a ti no te van a decir nada.
Luego pasa lo que pasa y, los famosillos, cuando ya están más que hartos, pierden los papeles y se encaran con la prensa rosa o cosas peores. Entonces los reporteros, si es que se les puede llamar así, se hacen la mosquita muerta y recurren al amparo de la justicia, cuando son ellos los que deberían ser juzgados por acoso.

Lo peor de todo es que estos programas tienen audiencia. O lo que es lo mismo: vivimos en una España alcahueta y cotilla en la que el tema principal de conversación son los chismorreos. Bueno, eso y el fútbol.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola G.Rodrigez.
Yo opino como tu madre,un detalle cuando alguien te invita a su casa,por pequeño que sea siempre es de agradecidos.
En cuanto al tema de los programas de cotilleo de la TV decirte que son insufribles yo no los aguanto,a mi me da lo mismo lo que digan o lo que hagan en su vida privada los famosillos,pienso que todos viven del cuento,unos por vender su vida y otros por cotillear con ellos y perseguirlos,ninguna de las dos partes son verdaderos profesionales aunque recauden una buena suma por ello.Resumiendo,necesitamos mas PERIODISTAS,ARTISTASy por supuesto mucha CULTURA.Gracias por tu magnifico comentario.
Yogica

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