lunes, 12 de octubre de 2009

La "Cadena" alimenticia

Ayer me encontraba disfrutando de una de esas tardes de terraza, con café y puesta de sol incluida, cuando mi móvil empezó a vibrar frenéticamente. Después de descartar la idea de batir con él el record de lanzamiento de jabalina, agarré con rabia el teléfono y contesté conteniendo la cólera. Era un colega, que llamaba para darme una mala noticia y, de paso, para joderme lo que quedaba de día. Según decía, un integrante de nuestra pandilla habitual se había metido un leñazo de antología con la moto. De hecho, algunas fuentes apuntan que los del clínico no mandaron ambulancia porque sólo con la fuerza del mamporro el chico ya había llegado al hospital. Sin saber muy bien cómo reaccionar, despedí a mi amigo dándole las gracias y me preparé para hacerle una visita a mi compañero el motorista, que aún estaba hospitalizado. Antes de salir de casa pensé en llevarle flores, pero eso (además de ser una cursilada) ya no se estila. Ahora lo que mola es que te lleven el Hola o una revista de cochazos estratosféricos para poder cultivar tu inteligencia aún estando convaleciente. No hace falta decir que salí de casa con las manos vacías.

Más tarde me enteré de las causas del siniestro. Un sábado por la noche el tío estaba en su casa viendo una peli y pensó “o esto, el botellón de las doce”. Se decidió por lo segundo y pilló una borrachera que ni Amy Winehouse en nochevieja. Tres cuartos de hora más tarde no se le ocurrió otra cosa que coger la moto y volver a casa como si nada. En uno de esos cruces en los que te juegas a cara o cruz el acabar en tu casa o en el hospital, un coche decidido a romper la barrera del sonido se lo llevó por delante. Si esa noche hubiera llegado sano y salvo a su habitación, hubiera ido yo a buscarle para darle por capullo. Pero bueno, seguro que la próxima vez se lo piensa mejor y no coge la moto después de empinar el codo. O eso espero. Porque sino va a acabar con más cardenales que Benedicto XVI.

Tras varios transbordos, esperas interminables y largas caminatas llegué por fin al hospital. Entré en el edificio en el que se encontraba mi amigo y pregunté por él en la ventanilla. Me dijeron que los médicos estaban con él y que tendría que esperar (más aún) si quería verle, así que me senté en una de esas sillas de plástico que van cogidas de tal manera que si intentas mover una las mueves todas. A mi lado había un periódico que alguien había abandonado a su suerte después de leído. Para mi sorpresa, era de hoy, así que adopté el diario y comencé a ojearlo. Como siempre, la política y los conflictos bélicos acaparaban los grandes titulares. Sin embargo, a pesar de no tratar sobre nada de lo anterior, en una de las páginas interiores había una noticia a la que habían querido dar cierta importancia: “Telecinco vuelve a demandar a La Sexta”. Creo hacía meses que no me reía tanto. Coñas aparte, esta es la segunda vez que podemos leer algo así en los periódicos.

La primera vez que Telecinco demandó a La Sexta, hará ahora poco más de un año, se avisó a la cadena de Mediapro para que dejara de emitir imágenes de Telecinco. Como la cosa no prosperaba, el asunto llegó a los tribunales y los jueces fallaron a favor de la televisión que dirige Paolo Vasile por “competencia desleal”. Hasta ahí vale. Pero lo de la segunda demanda tiene delito: Según Telecinco, La Sexta critica sus programas constantemente con fines denigrantes. Viniendo de Telecinco no se si tomármelo a borma, ya que la cadena vive prácticamente de acusaciones ajenas, rumores y chismorreos. Por si fuera poco, no hace mucho estrenaron un magacín cuyo presentador, conocido por sus humillantes críticas, se dedica a sacar los trapos sucios de políticos, deportistas y famosillos. Si eso no es denigrante, yo soy modelo de Armani. Me parece bien que Telecinco ponga tantas demandas como cuadros tiene el Louvre, está en su derecho. Pero antes de hacer nada creo que debería pararse a pensar un poquito.

Levanté la vista y vi que una enfermera se dirigía hacia mí. Con amabilidad, me indicó que ya podía visitar a mi colega, pero que fuera breve ya que no estaba para muchos trotes. Dejé el periódico donde lo había encontrado y me dirigí hacia la habitación de mi amigo. Quien sabe, quizá él no sea el único que necesite un porrazo para darse cuenta de que lo que hace no está bien.