Escribo estas líneas pensando en la gran satisfacción que me produce la eliminación de Karmele Marchante de entre los candidatos para representar a España en Eurovisión. No es que me caiga mal la mujer, tampoco recelo mucho de sus bastas actuaciones, y ni tan siquiera le guardo rencor por hacerse llamar periodista. Es más bien que me estaba empezando a hastiar que siempre fuera España quien diera la nota –y nunca mejor dicho dado el contexto en el que nos movemos- en asuntos internacionales. A algunos de vosotros quizá os haga mucha gracia que mandemos a cualquier gilipollas a hacer el paripé delante de medio mundo, pero a mi me provoca sentimientos bastante distintos.
Esto no es como salir una noche de fiesta. Ahí sí puedes hacer la coña con los colegas, divertirte un poco, ponerte hasta las cejas de a saber qué cosas y reírte de las burradas que hacen los demás, pero cuando las tonterías son un asunto cosmopolita que representa a tu país, el tema empieza tornarse algo serio. Digo yo, vamos, porque parece que a nadie le importe demasiado. Y eso es algo que me extraña.
Recalco lo de que me extraña porque, cuando cruzas el umbral de tu dulce hogar para enfrentarte a las leyes de la calle, no tardas ni 10 minutos -cronometradlo si queréis- en cruzarte con algún patriota que defiende con saña el honor y la gloria de España, para que vean en todo el mundo que aquí los tenemos bien puestos. Y sí, los tenemos, pero bien cuadrados, porque después de tanto patriotismo nos partimos de risa viendo a nuestros representantes musicales haciendo el capullo en Eurovisión. Y es entonces cuando yo me pregunto: ¿Es que la gente no se da cuenta de que si el tonto del ciruelo que nos representa queda mal en Europa está haciendo que quedemos mal todos los españoles? Pues parece ser que no.
Es como lo del sabotaje a la Web de la Presidencia española en el Consejo Europeo. Supongo que a estas alturas todo el mundo estará enterado pero, por si acaso, entremos en materia. Hace casi un mes un hacker burló la millonaria seguridad de la página Web y colocó a un Mr. Bean sonriente que saludaba en inglés a diestro y siniestro haciendo alusión a su gran parecido con el presidente Zetapé. Aquí en España nos meábamos de la risa. En Europa se llevaban las manos en la cabeza pensando en qué tipo de país maneja su economía durante un periodo de tiempo que esperan sea breve. Y ahora ya saltarán los de siempre acusándome de rojo. No estoy defendiendo al presidente, creo que está claro. Lo que pasa es que me toca los bajos que seamos tan inútiles como para descoyuntarnos de las desgracias de quien se supone es la persona que hemos elegido para llevar el peso del país, sea cual sea su ideología. Claro que aquí nunca se sabe. Igual, hasta votamos de broma.
A este paso yo seré el próximo que se exilie de España. No aguanto más tanta tontería sin remedio ni la realidad de ser la vergüenza de Europa. Diré adiós a este país que se asusta cuando ve películas en versión original, que se ríe cuando oye nombrar a Confucio o a Boccaccio, que se queja de lo que piensan del país los de fuera y que parece olvidarse de todo cuando ve a once jugadores ganando Eurocopas y poniéndose la mano en el pecho. No se quien dijo que los ciudadanos tienen los políticos que se merecen pero, en el caso de España, el tío la ha clavado.