domingo, 8 de noviembre de 2009

A ciegas

Soy uno de los miles que, aparte de dedicarse a banalidades, está inmerso en el mundillo de las redes sociales. Es un medio curioso, de verdad. Puedes cotillear anónimamente la vida de las personas y, de paso, comprobar de la mano de los jóvenes que el futuro de esta sociedad va sin rumbo y a la deriva.

Las nuevas generaciones utilizan esta forma de vida para exponer su día a día en la red, sin importarles quién sea el receptor de tan hostil información. Allí cuentan de todo: cuelgan las fotos de las últimas fiestas, las comentan conmemorando borracheras y coquetean si reparo. Sin embargo hay conductas que llaman más la atención que otras. Es el caso de, por ejemplo, los fulanos que se hacen fotos metiendo tripa y sin camiseta en un alarde de ego, enseñando lo bien aprovechadas que están las tres horas diarias de gimnasio y lo que es más evidente: que no tienen más serrín en la cabeza porque no les cabe. Estos muchachos, tan orgullosos como luctuosos, tienen una versión femenina. A esas chicas las he bautizado como “chicas yeyé”. Son las que se retratan en el espejo del cuarto de baño provocativas y con poca ropa. Pretenden atraer la atención del género opuesto para que se reitere algo que ellas piensan ya de inicio: que están más buenas que el pan tumaca.

Bueno, pues hace unos días recibí un evento (que, para quien no esté puesto en el tema, son similares a los correos Hotmail pero con la posibilidad de ser comentados) que estaba lejos de ser inofensivo. Se trataba de una encuesta que pretendía averiguar qué predominaba en las redes sociales: si fachas o rojos. Obviamente me llamó la atención, ya que no se intentaba otra cosa más que levantar polémica y rivalidad entre dos ideologías condenadas a no entenderse. Tiene gracia ver como chavales que presumían de amistad se ven enfrentados por cuestiones políticas en un contexto que no lleva a ninguna parte, pero lo mejor de todo es que defienden a su partido con ímpetu, y usan un solo argumento: reproches a la ideología contraria. Seguramente si preguntáramos a alguno de esos chicos y chicas por qué defienden esa postura y no la contraria no lo sabrían. Es lo que han mamado en casa, en el colegio o en su vida diaria, y nunca se han cuestionado si lo que defienden está bien o esta mal. Seguirán dando su apoyo al margen de lo que hagan los políticos porque ven su postura como la única plausible y consideran los demás credos como enemigos y deficientes.

Si la cosa quedara en un simple intercambio de iracundas palabras no pasaría nada. Pero es que el asunto va más a allá y grupos radicales de ambos bandos aprovechan para promover manifestaciones o trifulcas con las que alientan a los jóvenes a liarse a mamporros. Es lamentablemente sencillo encontrar a chavales que se cacarean por haber participado en manifestaciones extremistas defendiendo Dios sabe qué ideales y agitando una bandera. Después suben fotos a la red liándola pajarraca o pavoneándose de su flamante carnet de afiliado para sentirse admirados, importantes y más duros que el acero.

Si, como bien dicen, estos jóvenes son el futuro, el mundo puede convertirse en un circo verdaderamente hostil. A no ser, claro está, que ya lo sea.