martes, 16 de agosto de 2011

Inteligencia de doble filo

      Si dijera que el ser humano es egoísta por naturaleza no descubriría nada nuevo. A estas alturas de la Historia ya nos conocemos bastante bien, y ha quedado claro que quien más, quien menos, todos barremos para casa. Sin embargo, hace ya mucho tiempo, alguien que pasaba de lo que era o no era natural decidió darle al intelecto para inventarse la moral, la ética y demás disciplinas mayores. Aparecen entonces por primera vez las frases “hay que compartir” y “el que come y no convida tiene un sapo en la barriga”, seguidas por un sinfín de variantes del palo. Gracias a ese señor o señora de identidad anónima, ahora se vive mucho mejor y la solidaridad es un aspecto intrínseco de la vida moderna. Bueno, más o menos.
A esta realidad narcisista podríamos otorgarle una perspectiva de mayor magnitud si nos dejáramos de antropocentrismos y adoptáramos una forma de pensar más justa con nuestro entorno. El humano, como ser vivo que es, siempre ha buscado lo mejor para sí mismo pero, salvando las distancias individuales y quedándonos con la humanidad como colectivo, nunca nos ha importado demasiado lo que les depare a nuestros compañeros animales o vegetales. Al fin y al cabo, el humano es el habitante superior del planeta y hace con las demás criaturas de Dios lo que le place, utilizándolas como mejor le viene. Pero esta premisa aparentemente incuestionable y que es el pan nuestro de cada día supone también un atentado contra la naturaleza.
Pensemos un poco. Movimientos corporales, gestos, hábitos, métodos de reproducción, antepasados comunes... Al final va a resultar que nos parecemos más de la cuenta a los animales, qué horror. Y es entonces cuando recordamos que nosotros seguimos siendo también animales a pesar de nuestro intelecto superior. ¿Pero nos da la inteligencia derecho a actuar como si fuéramos dictadores en la Tierra? Nuestra mayor virtud es también nuestro peor defecto, todo depende de cómo se enfoque. Hemos construido filosofías y religiones a nuestro alrededor, pero hemos dejado fuera de las fronteras racionales a las demás especies habitantes del planeta. ¿Qué pasa con ellas? ¿Tienen también religión? ¿Les está reservada una parte del Cielo? ¿Por qué siempre se nos aparecen espectros humanos y nunca uno de caballo o ratón? ¿Es que no tienen espíritu? Reducir todas estas cuestiones solo a los humanos sería de ser un egoísta de lo más banal, pues en el fondo somos igual de animales que el resto.
Toda esta reflexión medio metafísica podría rondar por la mente de los lectores como mucho una media hora larga. Después se olvidarán y nada de esto habrá ocurrido, como si de una hipnosis se tratase. Pero debemos saber despertar a tiempo y darle a todo esto un sentido más práctico y terrenal. Hace falta más concienciación social y más activismo, pues, paradójicamente, los habitantes del planeta con mayor capacidad mental son también los que más están perjudicando a la Tierra. Nucleares, combustibles fósiles, deforestación... son pequeñas muestras de que el egoísmo característico de la raza humana tiene un doble filo al que hasta hace poco tiempo no se le ha prestado mucha atención. Pero aún podemos intentar retroceder unos pasos en progreso para avanzar en evolución. Sí, es cierto que no somos políticos ni poderosos magnates, pero algo podremos hacer, por ahí empieza la concienciación social. Seres superiores, el rumbo de la Tierra y de todo cuanto se haya en ella está en nuestras manos.

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